Una tarea clásica de la época escolar consiste en representar parte del Sistema Solar a través de una maqueta y para responder a esta exigencia, los estudiantes recurren a elementos domésticos tomando generalmente una pelota de tenis como la Tierra y una pelotita saltarina como la Luna. En cuanto a los tamaños de estos cuerpos en la maqueta, la proporción es bastante buena pues el satélite natural es 3,5 veces más pequeño que el planeta en torno al cual orbita. Sin embargo, la localización relativa de ambas esferas en la maqueta no representa la realidad pues los niños tienden a localizar a la pelotita que hace de Luna a unos cuantos centímetros de la pelota de Tenis que cumple el rol de Tierra; debiendo ser mucho mayor la distancia Tierra-Luna en el modelo escolar. En efecto, la separación entre ambos cuerpos celestes es casi 30 veces el diámetro de nuestro planeta. Incluso un adulto tomando ambas pelotas una en cada mano y separándolas lo más posible sin soltarlas, no lograría representar tal distancia. La pelotita saltarina puesta a 1,80 metros de la de tenis en la maqueta es una buena representación de la distancia Tierra-Luna.
Esta deformación de la distancia no se observa en las tareas escolares realizadas en las décadas de los 40’ y 50’. Ciertamente las maquetas y dibujos guardados como recuerdos muestran un distanciamiento mayor, mostrando una lejanía que más se asemeja a la posición real. ¿ Qué provocó esta cambio ? Ocurre que en 1969 dicha distancia real fue recorrida de ida y regreso por tres individuos de nuestra especie. Es más, dos de ellos descendieron en un módulo, caminaron en el suelo lunar, recolectaron rocas de muestra, regresaron al módulo y se acoplaron a la nave madre que los esperaba. Y como si fuera poco, uno de ellos exclamó una oración que los haría inmortales. Este hito tecnológico entre otros impactos, modificó la mente de la humanidad: ahora la Luna no está tan lejana.
Este episodio es un ejemplo de cómo la tecnología modifica la percepción que tenemos de las distancias geométricas, de cómo gracias a sus avances, ellas pierden importancia. Mientras mayor es el progreso tecnológico, menos difícil es recorrer grandes distancias, más fácil es acercar los bienes y alejar los males.
Con tecnología adecuada podemos alterar parte del estado del Universo, el cual nunca coincide con el estado deseado. En Chile por ejemplo, al igual que en otros países, podemos transformar nuestro desierto llevando agua a él. Al respecto, ya existe una iniciativa privada presentada al Ministerio de Obras Públicas para transportar agua dulce a través de un acueducto submarino de 4 metros de diámetro que nacerá en la región del Maule y que llegará hasta la de Antofagasta, recorriendo la asombrosa distancia de 1600 km.
Pero el progreso tecnológico no sólo sirve para llevar recursos donde son escasos; sino para alejar las molestias. Al respecto ya existen estudios para determinar la rentabilidad de disponer residuos peligrosos en la zona de subducción de las placas de Nazca y Sudamericana. Esta idea aún en discusión, no podía haber sido concebida hace más de cuarenta años pues en aquel entonces la Teoría de Tectónica de Placas no había sido planteada. Ciertamente, los terremotos y erupciones volcánicas tienen una explicación satisfactoria relativamente reciente.
Si por una parte los combustibles fósiles como fuente de energía necesaria para recorrer las distancias se tornan cada vez más escasas; por otra el desarrollo de artefactos sensoriales, procesuales y motrices ofrece crecientes ventajas. Ya no es necesario alejar una carretera bulliciosa de una zona residencial para disminuir el ruido sobre ésta última, basta con disponer una pantalla acústica entre ambas para hacer como si la fuente molesta estuviera al doble de distancia de lo que realmente está. Con seguridad un mapa elaborado por un escolar habitante de dicha zona residencial “deformará” la distancia, dibujando la carretera más lejos de donde se ubica.
En efecto, la tecnología está contribuyendo a quitar protagonismo a las distancias cuando éstas son demasiado grandes o demasiado pequeñas para nuestros intereses. Al respecto las tendencias se observan por sensorization (gran densidad y variedad de sensores dispuestos en todas las etapas de los sistemas productivos) y por wireless (conectividad instantánea sin cables entre los centros decisionales y los elementos periféricos de los sistemas productivos). Adaptando estas tendencias mundiales a Chile e incorporando una educación de excelencia en todos los niveles, se podrá conocer y luego actuar de manera más eficiente sobre el trayecto espacial que se quiere ampliar o reducir. La integración de Chile Tricontinental es un desafío para achicar distancias grandes y la cercanía de agentes contaminantes en Santiago es otro para agrandar allí las distancias pequeñas.
Gratificante resultará que los escolares chilenos de finales del siglo XXI dibujen mapas mentales posicionando a la Antártica, campos de hielo y otras zonas extremas muchos más cerca de lo que realmente están.